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Disputan una isla Perú y Colombia

La única calle pavimentada de la isla amazónica conecta el puerto y la vieja plaza de armas con una precaria estación policial. A sus lados se suceden casas de un piso, de madera y techos de zinc, levantadas sobre pilotes para evitar que se llenen de agua durante las inundaciones que se producen de marzo a mayo.

Santa Rosa -llamada así por una santa católica peruana del siglo XVI- no tiene desagües ni agua potable para sus 3.000 habitantes. Sólo la mitad de las viviendas tiene una tubería de plástico por donde llega agua, por lo que todos juntan la lluvia y la almacenan. Para disminuir su impureza, algunos pasan el líquido por una tela blanca que luego hierven en sus cocinas, la mayoría de leña.

“Nuestra isla sufre de muchas necesidades”, dijo limpiándose el sudor de la frente Marcos Mera, un peruano dueño de un restaurante y salón de baile donde canta vallenatos, cumbias peruanas y toadas brasileñas a sus clientes mientras almuerzan platillos peruanos consistentes en pescado crudo remojado en jugo de limón o arroz mezclado con huevo frito y trozos de cecina.

“Nos dan una hora de agua que no es de calidad”, añadió Mera mientras arreglaba las mesas de su local.

CARENCIAS

Sus habitantes cruzan en cinco minutos el río más caudaloso del mundo hacia las ciudades vecinas de Leticia, en Colombia, o Tabatinga, en Brasil, cuando necesitan un especialista o tienen una urgencia porque en la posta de salud de la isla, de puertas oxidadas y paredes descascaradas, sólo hay dos médicos recién graduados y no hay máquina de rayos X ni incubadoras para los recién nacidos.

En esa zona conocida como la Triple Frontera “todos nos ayudamos entre todos”, dijo el peruano Miguel Acubino, de 83 años. El jubilado conductor de botes, cuya esposa falleció en Santa Rosa hace una década y está enterrada en Tabatinga, visita con frecuencia a sus hijas y nietas que viven en Leticia y en la ciudad brasileña.

ALDEA REMOTA

Santa Rosa es una aldea tan remota que ni siquiera tiene un cementerio oficial. “Aquí estamos olvidados, medio jodidos”, dijo Acubino mostrando los pocos dientes que le quedan y rascándose el interior de los oídos con un palito. Añadió que hay algunas tumbas en un terreno que se inunda varios meses al año cuando el Amazonas cubre parte de la isla. “Los muertos se quedan debajo del agua”.

Pese a estar a más de 1.000 kilómetros de Lima y sentirse olvidados, los isleños se reconocen como orgullosos peruanos. “Somos peruanos y si es necesario vamos a defender nuestra isla poniendo el pecho”, dijo José Morales afuera de su casa de cambio donde tranza soles, pesos colombianos y dólares.